Por experiencia, pienso que en determinados momentos y situaciones nos volvemos algo irracionales, instintivos, aprensivos o cobardes.
A veces aparcamos nuestra realidad y la pintamos de rojo, nos dejamos dominar por la ira y permitimos que nos mande el miedo. Nos volvemos fieles a la ironía y apóstoles del despotismo. Utilizamos piedras disfrazadas de palabras, maquillamos gestos con sonrisas y vendemos miradas envueltas en papel de regalo, como si mirar a los ojos hoy en día fuera pecado. Y entonces somos adultos jugando a ser niños.
Otras veces somos hojas, somos tierra y somos río, somos lo que somos por inercia. Nos permitimos que el timón lo lleve el corazón y ciegamente avanzamos por precipicios oscuros y vacíos. Depositamos esperanzas en cartillas vacías, vendemos nuestra fe por cuatro caricias y nos dedicamos a ser acróbatas de la realidad. Y entonces somos niños jugando sólo ser nunca jamás.
Unos esclavos del miedo y los otros de la ambigüedad, unos creyentes confesos y los otros sólo fieles al azar, pero ambos perdidos en el miedo, solitarios ambulantes en calles opuestas sin ningún cruce a la vista, pero si con un punto final. Buscamos respuestas a preguntas que siempre han estado ahí, pero por darle prioridad a la velocidad olvidamos cómo llegar. Pensamos en que lo mejor es no pensar, que el momento está por encima del ya vendrá, que los días pasan sólo si nos impulsamos cuando vamos de la mano y que las noches sólo son si el dormir es una excusa para bailar.
Pasamos entonces el día sentados viendo un vaso medio lleno, y si se vacía lo volvemos a llenar. Nos aferramos a no querer aceptar que cargamos demasiado para lo que podemos llevar, que ni somos Hércules, ni Sansón y mucho menos Super Man, que por querer llegar antes nos hemos perdido en algún desvío, y que de ser esto una carrera hace mucho que la habríamos perdido.
Preguntamos al destino, abordamos las injusticias como un castigo, somos mártires de la duda, somos filósofos en buscas de respuestas... Nos frustramos tanto que sólo somos obviedad, destellos de despechos errantes y brujos sin una bola de cristal.
Y de la nada nos damos cuenta que no hay mejor respuesta que el silencio, pero no hay promesas más vacías que esas que no tienen cimientos y que no hay ley alguna entre ladrones de sentimientos. Supongo que lo mejor es vivir rodeado de ignorancia, sin razón, sin corazón y sin Dios alguno que nos mande, porque yo llevaba conmigo 496,1726 preguntas para ti, y tu por no llevar, no me llevabas ni guardado a mí.