viernes, 23 de enero de 2015

Reconstrucción I. Los sentimientos.

Hasta donde tengo entendido, o por lo menos hasta donde me explicaron, escribir es la mejor forma de liberarse de los fantasmas que a veces nos atormentan.
Personalmente, yo llevo varios años sin escribir, se me había olvidado tener miedos, ya que en mi caso, a medida que he ido creciendo, he llegado a pensar que era inmune a todo, me he acostumbrado a tirar una moneda al aire y a tener como costumbre que siempre salga cara. El problema viene cuando sin esperarlo sale cruz. 

Nadie espera levantarse un día y encontrarse de repente con todos tus esquemas rotos, destrozados. Es impensable que una perfecta rutina se transforme en una apática forma de subsistir, donde cada palabra se carga de chispas y cada frase es un terremoto escondido que despierta un volcán a punto de estallar. Es jodido darte cuenta que pasas de compartir sueños a vivir pesadillas, y que por mucho que cierres los ojos con fuerza mientras te llenas de esperanzas, todo sigue igual. Ese es el problema, que todo ha sido igual.

Pensamos que vivimos en una utopía hasta que nos damos de bruces con la realidad, y es ese golpe el que precisamente nos aporta un punto de vista desconocido. Y es que sin darnos cuenta toda la parafernalia que nos montamos con el día a día no hace más que consumirnos, porque cada abrazo o beso negado, cada gesto egoísta o cada palabra fuera de lugar nos ofrece una realidad que aunque la neguemos rotundamente, y que por mucho que nos esmeremos en ponernos una venda en los ojos y quitarles peso o darles un valor inferior al que se merecen, nos van a llevar siempre al mismo callejón sin salida. Y es que lo que no puede ser, no es.

Da igual que se intente buscar un culpable, que haya ya uno o se prefiera repartir las culpas, porque justo desde el preciso momento en que nos damos cuenta de que algo no cuadra, es cuando nos esforzamos por interiorizar, por buscar soluciones, por querer compensar o intentar que nos compensen todas las faltas, y de la nada, sin darnos cuenta acabamos eligiendo un bando. Es entonces cuando nos empeñamos en montarnos una guerra, en tirarnos piedras a los tejados y cuchilladas al corazón, de repente se olvida el tiempo y hace presencia el espacio, nos dedicamos a rompernos las costuras amargamente y nos centramos en construir muros a nuestro al rededor. Nos olvidamos de ser dos, y pasamos a ser uno, y acabamos dejando de lado la complicidad y la sustituimos por el orgullo.

Pero en toda guerra siempre hay víctimas. El perdedor en este caso, deberá encargarse de ir por el camino recogiendo sus pedazos, tendrá que intentar remendarse, "reconstruirse", buscar una forma de coexistir con la frustración de verse perdedor y a la vez perdido. Porque no hay nada peor que ese vacío, ese espacio interior que se encuentra en el limbo como un puzzle sin acabar. Ese vacío tan amargo y espeso que nos lleva a la inquietud, a la desesperación, a que cada sentimiento se multiplique, a que el medidor se dispare, nos convertimos en una bomba de relojería que ha perdido el minutero, y nos dedicamos a la autodestrucción. Puta autodestrucción. Bendito el momento en que el azar decidió que sea cruz.


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